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Pachuquear, la influencia Chicana en el México de ayer y hoy.

  • Foto del escritor: Jrz Beat
    Jrz Beat
  • 29 jun 2020
  • 4 Min. de lectura

En la delgada línea que divide nuestra frontera, muchos individuos se lanzaron a la conquista de un sueño. Ya no eran más parte de la tierra que dejaban atrás, pero tampoco tenían cabida en este nuevo mundo, su condición los convertiría en compañeros, casi en hermanos, en carnales.


La cultura chicana se extendería por toda la frontera de México y Estados Unidos, miles de inmigrantes llevaron en sus pertenencias sus creencias y tradiciones, cuando se les pregunta a donde van, ellos responden: “Pa’l Chuco”. Es así como nace una de las tribus urbanas más reconocidas y características, ya no de México, pues no pertenecen más a este país, pero tampoco de los States, pues no se les considera americanos legales. En palabras de Octavio Paz, en el pachuco todo es “impulso de negarse a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma”.

Con pantalones tumbadotes (gooddays), tirantes y sombreros de ala ancha (tandos) con su pluma (antena), los pachucos buscaban diferenciarse del resto de personas que los rodeaban. Con un vocabulario propio que incluía palabras en inglés latinizado, deformaciones y alargamientos (en ocasiones más que innecesarios) de palabras simples, sinsentidos y recuperación de términos que, al igual que el espíritu del pachuco, estaban ya muertos y enterrados.


Expresiones que hoy son de uso diario en México surgen de esta verborrea, algunas de estas tan comunes como “simón” fueron pronunciadas por primera vez por un chicano. Y es así como nace una nueva forma de comunicarse a la que denominarían “caló” (término de origen gitano para definir la jerga), un conjunto de palabras y expresiones características de este particular grupo. Una jerga que, al menos en sus inicios, únicamente podía ser comprendida en su totalidad por aquellas almas del barrio, como una especie de código secreto.


Y es así como el estilo del pachuco se infiltra nuevamente, revisado y recortado, dentro de la cultura mexicana, gracias a la contribución de un particular personaje que unía en él lo mejor de dos mundos. Nacido en la Ciudad de México y criado en la que en aquellos tiempos se definía únicamente como “la frontera”, la Ciudad Juárez de nuestros abuelos, ahí se formaría su estilacho el pachuco favorito, German Valdés “Tin Tan”.


Así como Bruce Lee traería la sabiduría del Oriente a Occidente, Valdés trajo consigo la leyenda del pachuco, del inadaptado, esta vez en su propia tierra. Las películas de Tin Tan presentaban a un individuo alegre, cantor y pícaro en sus andares, pero también solitario. Un individuo que es muy diferente de aquellos quienes lo rodean y a quien esta peculiaridad lo mete muy seguido en toda clase de disparates y malos entendidos con sus no-paisanos, quienes lo tildan de loco.


Vale mencionar que la imagen del pachuco que Tin Tan presentó al mundo mostraba a la tribu en su faceta más lavada y fácil de tragar, una personificación caricaturesca, pues el verdadero pachuco no se mostraba tan simpático con extraños, sino que vivía como un lobo estepario. Si colocáramos la imagen de un Tin Tan cualquiera al lado de otros representantes de la cultura, tendríamos un fotograma irrisorio.


Pero sería esta la imagen que persistiría, y el pachuco puro estaría dispuesto a dejarse ver de esta manera, pues eso lo hacía incluso más incomprensible en sus modos. Los barrios pasarían a convertirse en cabarets y arrabales, donde el fantasma de este pachuco (llamémosle pachuco arrabalero) se pasaría las noches entre música de danzón y tequeskites.


Y aquí literal pasamos a la siguiente página para adentrarnos en la música que el pachuco inspiraría.


Una de las bandas que se encargó de mantener vivo el espíritu (aunque esto resulte contradictorio en el más puro significado de la cultura) sería La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, quienes incluso compondrían una canción con el título de “Pachuco” por si a alguien no le había quedado clara la referencia. Pero un tema que no necesitó de referencias directas, “Kumbala”, sería la canción mejor lograda del grupo. Con ese sonido suave, misterioso, que cuenta una noche llena de pasión en la que una pareja se vuelve a enamorar al ritmo de un buen danzón. Una trompeta que habla por sí sola y una llave que nos abre la ventana al corazón del pachuco arrabalero.



Otro grupo que tomaría inspiración en esto sería Inspector, quienes compondrían el tema “Amnesia”, otro himno de salón esta vez con un sonido más ska que ya iba alejando la música representativa de la tribu de su esencia más pura y ponía al pachuco en un segundo plano, como una figura que baila y hace gala de su individualidad, al igual que hace Roco de La Maldita en esta canción y en su respectivo vídeo musical, la adición de Rubén Albarrán sería el colmo, pues ahora todo pasaba a formar parte de un movimiento comercial más que una búsqueda de interpretar la voz del barrio, ya ni siquiera del arrabal.


El golpe final sería atestado por el grupo de rap Caló en los 90’s, donde lo único que persistiría sería el uso del término que hace referencia a los hijos del barrio y que no era ni siquiera propia de ellos, dando a entender que la era dorada había pasado y el pachuco había pasado al Mictlán, al terreno de las leyendas, pero que había cumplido con la promesa escrita en la canción “México Lindo y Querido” para morir en su tierra. Y al final así terminaría la historia, con el pachuco encontrando por fin su sitio en el mundo, un hijo prodigo que regresa y es enterrado al fin en su propio suelo, donde sabemos que la gente vuelve a surgir como mazorcas de maíz.


¿Y qué pasaría después? Coloreados bailarines danzando en las plazas vestidos con el clásico tando y el goodday de la misma manera que algunos lo hacen vestidos de itotianis mexicas. Y no podría pensarse en una mejor manera de rendir tributo a esta subcultura que colocándola en el mismo sitio que a aquellos primeros mexicanos, finalmente los pachucos terminarían su ciclo como tal y hoy día se les reconoce ya no más como un grupo sin una identidad definida, sino como el hijo más vagales del México contemporáneo.


Escrito por: Irám Díaz

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